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  • Foto del escritorJota Eme

La vida soñada

Amanecía...

...La luz entraba por una pequeña rendija...

...de la ventana, dándole directamente en los ojos.


No quiso abrirlos todavía.


Quería mantener ese momento todo el tiempo que fuera posible.

Se detuvo en el olor, su pelo...

...olía a ella,

a esa dulzura que sólo ella sabía emanar.


La tenía rodeada entre sus brazos, como siempre había querido. Acercó su cuerpo, era tan suave y cálido. Lo había imaginado tantas veces que ya lo sabía de memoria.

Acarició su vientre, buscando esos tres lunares de los que siempre se reían.

Ella siempre le decía que seguro que eran la señal de que era alguien especial.

A él no le hacía falta ninguna señal para saber qué ella lo era.


Sintió como ella se giraba.

Supo que lo estaba mirando,

supo que estaba sonriendo.

Su sonrisa se sentía hasta con los ojos cerrados.

Deseaba tanto abrir los ojos para verla sonreír.


Cuando los abrió allí no había nadie.


Una cama vacía, y un cuerpo solitario que abrazaba una cabecera vieja y amarilla.

Se levantó. Llevaba días soñando con ella. Hacía tiempo que no la recordaba con tanta viveza. ¿Cuántos años habían pasado desde que se vieron por última vez? Dos, tres años, ya no lo recordaba.


Fue el día de su boda.

Hoy había quedado con ella, quizás, por eso la soñaba últimamente.


Le dejó un mensaje de voz.


Sonaba igual que siempre, viva y alegre.



Donde siempre y a la misma hora, allí donde habían compartido tantas y tantas horas, donde habían hablado de todo, comida, amigos, fútbol, libros, cine, secretos, … habían hablado de tanto que habían llegado a conocerse sin necesidad de usar las palabras.


Y pasó el día, como otro cualquiera, llenando sus pensamientos con los viejos recuerdos, imaginándola y sintiéndola a su lado,


manteniendo conversaciones ficticias con ella...



¿Qué tal tu nuevo compañero de trabajo?

¿Has leído tal crítica?

¿Qué te pareció el concierto de la semana pasada?


En su mente ya se lo había contado todo, esos años que habían estado sin verse.

Tenía miedo.


¿Qué le contaría cuando la viera en persona?


Y allí estaba ella, sentada en la misma mesa, esperándolo.

Estaba sola.

Miro y no vio a su pareja. Se sintió aliviado. Sería una conversación de dos, como las de siempre. Se saludaron de forma cortés, casi como dos extraños, pero pronto los viejos hábitos se recuperaron. La conversación fluía, la intimidad, la complicidad estaba otra vez entre ellos, como si nada hubiera pasado. La miraba apenas si la escuchaba. Quería capturar cada segundo de esa conversación, descubrir si en este tiempo había cambiado, si su marido la había cambiado, pero no. Se seguía riendo de las mismas cosas, con la misma intensidad, soñando con la misma luna, ella seguía igual. Ella extendió sus manos y cogió las de él.


- ¿Te acuerdas? - dijo ella

- ¿De qué? - contestó

- Aquí en esta mesa me declaré la primera vez- le replicó ella.


Ella tenía clavados sus ojos en los de él.

Él sintió que el corazón se le iba a salir.


- Aquí te dije que te quería- continúo ella - . ¡Qué diferente hubiera sido todo si hubieras sentido lo mismo¡ - su voz reflejaba nostalgia.


Aportó los ojos de los de él y, por un segundo, su mirada pareció perderse en un mundo soñado. De nuevo lo miró. Él volvió a ver esa duda, esa pregunta que siempre le había hecho. Y lo que le estaba preguntando con los ojos, se atrevió a decirlo con palabras:


-¿Me quieres? -

salió de sus labios.



Por un segundo,

solo por un segundo,

le hubiera gustado decir que sí.


Cogerla entre sus brazos y besarla, como tantas veces había echo en sus sueños.


Pero... no pudo.


El miedo, como siempre, era más fuerte que él. Apartó los ojos de los de ella, no quería que descubriera cuánto la amaba, poco a poco fue soltándose de sus manos. Volvió a mirarla antes de bajar completamente la mirada a la taza café.


Vio sus ojos llenos de lágrimas y una sonrisa amarga asomándole a la boca.


El silencio invadió todo el espacio.

Un silencio que para él duró una eternidad y sólo se interrumpió por el sonido de su móvil.


No escucho la conversación,

solo lo que ella le contó al colgar.


Tenía que irse, su marido la esperaba.


Tuvo la certeza de que si le decía: ¡quédate! -

se quedaría, pero no se lo dijo.


La vio marcharse por la puerta.

Supo tantas cosas en ese instante.

Supo que ya no la volvería a ver jamás,

supo que lo único que le quedaba era imaginar su vida soñada.

Supo que había dejado, de nuevo, que

la felicidad se le escapara de las manos

Supo que era un cobarde...



Y allí sentado en la mesa continuó conversando con ella,

con esa mujer soñada que por un momento pudo ser real.


LA VIDA SOÑADA


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